El reloj marcaba las seis en punto. Sentía un malestar, de
ese tipo de pesares que sólo siente una chica solitaria a las seis en punto.
Quizá podría buscar una alternativa que definiera mejor mis sentimientos, pero
eso nunca era una tarea fácil. De todas formas, no tenía escapatoria. La vida
humana se trataba de eso, al parecer. Un torbellino lleno de sentimientos que
no sabemos cómo manejar y que ningún otro nos había enseñado a cómo hacerlo.
Sorpresas, experiencias, amor. Amor, sí. ¿Cómo diablos uno manejaba algo tan
potente como el amor? Hasta la palabra daba un poco de miedo. Todos podíamos
tener diferentes percepciones del amor según nuestras experiencias, pero en
algo todos podíamos estar de acuerdo: se trataba de algo letal y maquiavélico.
Un corazón roto puede doler hasta seis veces más que una fractura de hueso,
pero, ¿y eso por qué? El amor puede elevarnos hasta alturas jamás concebidas
por la ciencia, o puede hundirnos en una depresión desconcertante. Pero uno
decide cómo manejar todo aquello, afrontarlo u ocultarlo.